Dejé el juego y encontré mi voz

Antes trabajaba en BuzzFeed, editando contenido viral sobre carreras digitales y coches de lujo—hasta que una noche caminé hasta una bodega de 24 horas en el Lower East Side y compré tres paquetes de cigarrillos. La luz neón no reflejaba el algoritmo. Las máquinas no importaban si ganaba; solo importaban si permanecía. Entonces empecé a leer a Rilke entre bocanadas: cada respiro un silencio, cada inhalación una pausa. No llegó jackpot. No se activó bonus. Solo silencio. En Nueva Jersey, mi padre me enseñó: ‘La suerte no se gana—se recuerda.’ Jugaba al ajedrez en su garaje, no tragapuestas. Aquí, en esta ciudad, no perseguimos victorias—recordamos momentos: el zumbido de un tren vacío a las 3 a.m., la luz que cae sobre el pavimento mojado tras la medianoche, la mujer que lee a Neruda mientras espera nada. Dejé de apostar por algoritmos: nunca fueron justos—estaban diseñados para hacernos olvidarnos. Ahora escribo para gente como ella—not para clics. No para compartidos. Sino para los que aún sienten soledad en la oscuridad y preguntan: ¿Nunca notaste cuán silencioso se vuelve cuando nadie te recuerda?’